Miradas

Invierno, frío, rutina y autobuses públicos de línea. El enemigo interno siempre será su calefacción. Las miradas que encontraba siempre empapaban su mente con historias para no dormir. Le gustaba pensar en la vida que llevarían o hacia dónde se dirigirían.

Mateo estaba en la misma marquesina que de costumbre. Siempre a la misma hora había algunas caras conocidas con las que ya había escrito su historia mental y había intentado cruzar la mirada. Los ojos de la gente en mitad de la rutina son el espejo de su carácter personal o de la opresión laboral.

Se aproxima a la parada el bus verde con el mismo retraso de siempre, alrededor de un minuto y medio. Mateo ya lo tenía controlado. La gente va subiendo y la cola que se crea al principio va disminuyendo. La tarjeta de plástico fuera de la cartera para picar y un saludo formal a la conductora. Segundo compartimiento de asientos, pasada la puerta trasera. Se sentó en el asiento de la ventanilla de la tercera fila de la derecha. El autobús comenzó su recorrido.

Como norma no escrita, solía ir leyendo, aunque había ratos que esperaba algunas paradas y observaba. Le gustaba ver lo que tenía en los asientos aledaños.

Antes de sentarse, cuando se estaba quitando el abrigo rojo deportivo que llevaba de lunes a viernes por comodidad, vio a dos chicos sentados en la última fila. Vestían chándal y gorra. Uno hablaba de droga y el otro asentía con sonrisas inseguras. Delante, en la fila colindante a la zona reservada para personas con discapacidad había una mujer mayor. Menuda y desubicada. Portaba un bolso marrón que combinaba con sus pantalones. Iba jugueteando con el móvil. Su mirada estaba absorta en la iluminación de la pantalla. Aquellos ojos tristes y absortos por el recibimiento excesivo de luz y la tirantez del gesto de su cabeza humedecieron las sensaciones de Mateo.

A la izquierda de la señora, un hombre joven y flaco. Vestía un mono azul. Los lamparones de grasas eran de un tamaño considerable, igual que su rostro de cansancio. Mateo imaginaba dos opciones para el hombre cuando llegase a su casa: o cogía una cerveza nada más llegar o la cogía después de darse una ducha y masturbarse. O quizá el paternalismo le superó por la primera reacción que la transmitieron sus ojos, rojos y cargados, y aquel hombre después de ducharse y masturbarse bajaba a la asamblea de vecinos de su barrio a debatir y concienciarse.

El vehículo continuaba su periplo ajeno a las imaginaciones de Mateo. Las historias que brotaban por su cabeza a medida que el autobús dejaba parada atrás eran de exclusividad de aquel transporte. La calle era demasiado fría y agitada como para observar e imaginar. La observación era metódica y la imaginación anárquica.

Cuando el autobús pasó la parada del polideportivo del pueblo se subieron cuatro personas. Una madre con su hija. La pequeña tenía voceras de chocolate y un trozo de plástico arrugado y la madre tenía un pañuelo de papel en la mano.

−Irene, mira cómo te has puesto −replicó la madre a aquella cara de mofletes hipnóticos.

Se sentaron en la penúltima fila de la izquierda antes de la puerta trasera.

La mirada de la pequeña incluía inocencia y miedo; la mirada de la madre, desesperación y soledad.

Otro de los pasajeros nuevos era un anciano que tenía que echar mano de todos los agarres de los cuales disponía dentro del autobús para conseguir mantenerse en pie. Cuando consiguió estabilizarse se aposentó en el asiento del pasillo de la fila de la derecha, justo enfrente de la puerta trasera. «Aquello facilitaría su salida», pensó.

La mirada del hombre estaba cubierta de pesadez y umbría. Mateo comenzó a reflexionar momentáneamente sobre aquellos ojos.

«Sus ojos me dicen que está solo. También me lo dice la arruga de su camisa de cuadros. La soledad es más insoportable cada vez que te haces mayor».

Cada brote de palabras en la imaginación de Mateo era un lienzo blanco capaz de ser pintado por cualquier estudiante novel de Bellas Artes, las combinaciones eran múltiples.

La última persona que subió en la parada del polideportivo era una chica joven. Los ojos ya eran conocidos por Mateo, ya que se subía habitualmente a la misma hora que él.

En ese momento las sensaciones de Mateo se disparaban. Era el principio y el final de sus imaginaciones, cada vez escribía mentalmente una historia diferente con aquella joven. Aquellos ojos vivaces e inquietos mezclados con el verde claro de su iris le parecían interesantes. La joven ocupó el asiento de la ventanilla de la segunda fila de la izquierda, justo detrás de la mujer de bolso marrón y el móvil.

Pelo castaño liso sin recoger y pómulos generosos. Siempre iba interna en una bufanda kilométrica de cuadros marrones y blancos por la cual sobresalía un cable blanco y fino que iba desde su teléfono móvil hasta sus oídos.

En alguna ocasión Mateo también se había fijado en sus curvas. «Algo inevitable», pensaba. Siempre portaba pantalones muy diferentes: vaqueros clásicos ajustados o de rayas finas. Nunca le cubrían hasta el tobillo. Su actitud en el bus era de funcionaria. Sus viajes eran gestualmente idénticos.

Mateo siempre tenía un ojo puesto en ella de manera indirecta, esos ojos vivaces le transmitían confianza y la oportunidad de vertebrar una historia durante el trayecto. Pero eran historias que duraban menos de dos paradas, porque cada vez que subía gente le cortaba el nudo de la historia.

El juego era divertido. El viaje se pasaba más rápido y la imaginación se le disparaba. Aunque tenía un elemento psicológico para el joven: veía la sociedad mediante las miradas.

Tristes, abyectas, destruidas eran las miradas más habituales que subían desde las marquesinas y se bajaban más tristes, abyectas y destruidas. Por eso los ojos de aquella joven siempre le producían esa sensación de creación.

La sociedad que tenemos está en los ojos de cada individuo y la sociedad que deseamos está en la imaginación.

Las miradas transmiten pero las miradas imaginadas transmiten esperanza y utopía.

¿Qué tiene de malo imaginar la utopía aunque sea durante un breve trayecto de autobús?

Mateo llegó a su destino. La oficina del paro.

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